Ahora que
puedo dar por finalizado el primer ciclo de historias de Collwen de Cimmeria
voy a aprovechar para aburriros un poco con unas reflexiones acerca de esta
bárbara de cabellos negros como el firmamento, ojos de azul tan intenso como la
llama más ardiente y una mala leche que os aseguro que no querríais encontraros
con ella en un callejón estrecho.
El concepto es
muy sencillo: «¿y si las crónicas se hubieran equivocado y Conan de Cimmeria
hubiera sido en realidad una mujer?». Así de claro. No se trata de una
compatriota que en un momento dado se pueda cruzar con él, o con quien pueda
compartir aventuras, ni de una antecesora, una familiar lejana o un clon
malvado. Collwen ES Conan. Todo lo que nos gusta del personaje de Robert E.
Howard es independiente de su sexo. De haber nacido mujer, Conan habría poseído
la misma voluntad, la misma astucia, el mismo código de honor, la misma
tenacidad, la misma vitalidad, el mismo ímpetu viajero, las mismas alegrías,
las mismas tristezas, las mismas aventuras… Todo igual.
«Vio a una mujer de guerra con
la que ningún hombre o mujer de
épocas pasadas o futuras podría
rivalizar. Vio a una hija de Cimmeria.
A la mayor hija de Cimmeria.»
La maestra del Cónclave Oscuro
Han pasado
muchísimos años desde la última vez que escribí un fanfiction de Conan (¡¿de verdad han pasado treinta?!) y una
reciente revisitación a sus historias, literarias y gráficas, me despertó el
gusanillo de volver a escribir espada y brujería. En realidad había escrito un
par de años atrás una historia, cuya primera parte salió publicada en el
fanzine Crónicas Salvajes, que a lo
mejor tenía un tono un poco satírico hacia el género; y ahora me apetecía hacer
historias normales de espada y brujería.
Sencillas, directas, pulp. Nada más.
Decidí hacer
que la protagonista fuera una mujer (que tampoco es nada innovador que nadie
haya hecho antes), no por moda ni por morbo ni por ventas, sino porque procuro
que los protagonistas de mis historias no sean siempre hombres estándar.
Evidentemente, no hay ningún misterio oculto. Nunca me he sentido incómodo
interpretando a mujeres en juegos de rol, llevando avatares femeninos en juegos
de ordenador o, por supuesto, escribiendo historias protagonizadas por ellas.
Resumiendo,
era fácil tener protagonista (al fin y al cabo, ya la había creado otro autor por
mí): una auténtica antiheroína cargada de mala leche que cuando decía «he
matado hombres por mucho menos» lo cumplía. Vaya si lo cumplía. Ahora, necesitaba
historias.
«Las enormes lombrices se debatían
con movimientos espasmódicos hasta que
su piel se rasgaba y, para horror de toda
la humanidad, un hombre joven y bien
formado emergía de su interior como
hacía una mariposa de un gusano.»
La prole de la sima
Robert E.
Howard no creó sólo a Conan. Creó la Era Hiboria: un magnífico marco de
aventuras, exotismo y ensoñación. Los relatos de Conan son más que un bárbaro
matando un monstruo en un páramo desolado, como tantas veces han hecho sus
continuadores. Las historias de Conan, y me veo obligado a repetirme, son
aventura, exotismo y ensoñación. ¿Quién no ha sentido inflamarse su imaginación
con todas esas localizaciones maravillosas? ¿Quién no ha querido visitarlas
todas? Yo quiero.
Quiero
escribir sobre todos esos lugares; que Collwen los recorra todos y me lleve con
ella. Por lo tanto, una sola historia no me llegaba, y acabé eligiendo los
cinco entornos que más me habían llamado la atención para ubicar en ellos
diferentes aventuras. Al fin y al cabo, la Era Hiboria es tan protagonista e
importante en los relatos de Howard como el propio Conan.
«Collwen recogió su arma caída y cruzó
entre los lanceros nemedios, directa a los híbridos de hombre y rata. Su espada cortó
a izquierda y derecha como el cuchillo de
un matarife, y demostró que incluso la
brujería podía sangrar y morir frente a
un brazo fuerte y a un filo manejado
con maestría.»
Los seis dedos de la perdición
En primer
lugar, buscando empezar la lucha con mi mejor golpe, elegí Estigia para «La
maestra del Cónclave Oscuro»: la pérfida Estigia, el Mordor de la Era Hiboria,
si se me permite la comparación. Y en Estigia, elegí Khesshata, un entorno más
explorado en los cómics que en los relatos originales y que suponía una
verdadera declaración de intenciones: soldados y mercenarios (espada) contra
una ciudad de magos (brujería). La base del género.
A partir de
ahí, nada nuevo bajo el sol: combates, violencia, demonios y la malévola
Ptah-Neftis (si Collwen es Conan, Ptah-Neftis es Toth-Amon, por supuesto).
El segundo
relato, «La prole de la sima», nos lleva a otra de las localizaciones que tenían
que salir por fuerza: las tierras heladas del norte. Al igual que papá Howard,
hice que aparecieran aesires y vanires pero dejé Cimmeria aparte, como si fuese
un mito; y conté una historia de juventud con una bárbara muy impetuosa que al
final decide abandonar las tierras nevadas para recorrer el mundo.
«Los seis
dedos de la perdición», no en vano es el relato central, transcurre en la
propia Hiboria. En Hiboria Hiboria; en Nemedia, la de las crónicas. El
ambiente, por así decirlo, más común. Patricios, bandidos, estudiosos, villas
de recreo, brujos del antiguo Aquerón y, homenajeando al relato nemedio de
Conan, la aparición sin aparecer de Ptah-Neftis.
A partir de
aquí, ya enfilando la recta final, decidí irme a dos de mis paisajes favoritos:
la misteriosa Khitai (que en los primero mapas que yo vi de la Era Hiboria ni
siquiera salía, de lo enigmática que era) y los Reinos Negros.
En «El
Vestigio Carmesí» nos situamos en las tierras de oriente, con catanas,
quimonos, eunucos, fuegos artificiales y monos que hablan. Y tortura china; no
podía faltar.
«Y lo que en verdad sobresaltó los sentidos
de la cimmeria fue ver que el monje se desplomó sin vida al instante, sin más que
una marca encarnada allí donde el cetro
había tocado la piel. De nuevo, el destino
la había mezclado con la magia negra.»
El Vestigio Carmesí
Y llegamos al
fin a la historia que dejé última (de momento) de este primer ciclo. Lo ha
hecho casi todo el mundo, porque somos muchos los que nos enamoramos de este
relato de Conan pese a no ser el mejor. Es predecible, lo que habría hecho
cualquiera; pero no por ello podía dejar de hacerlo. «La corona de las islas
preternaturales» es la versión collwenizada
de «La reina de la Costa Negra»: corsarios negros (corsarias en mi caso),
junglas, ruinas malditas y un final trágico.
Pero faltaba un entorno de la Era Hiboria que con el paso del tiempo me ha ido cautivando cada vez más hasta que cierto relato al que antes no le daba mucha importancia se ha convertido quizás en el que más me gusta. Hablo de «Más allá del río Negro». Por lo tanto, añadí otra historia: una historia de frontera. Pictos, bosques, colonos, hachas de piedra y espíritus.
Pero faltaba un entorno de la Era Hiboria que con el paso del tiempo me ha ido cautivando cada vez más hasta que cierto relato al que antes no le daba mucha importancia se ha convertido quizás en el que más me gusta. Hablo de «Más allá del río Negro». Por lo tanto, añadí otra historia: una historia de frontera. Pictos, bosques, colonos, hachas de piedra y espíritus.
¿Se acaban
aquí las historias de Collwen de Cimmeria? Debo responder que no. Estar seis
meses enfrascado en relatos de Collwen (hasta que casi parecía que no hablaba
de otra cosa) ha traído muchas ideas. Pero es necesario que esas ideas reposen,
maduren y que tanto los lectores como yo nos tomemos un respiro.
Salvo
catástrofe, Collwen de Cimmeria volverá.
«En verdad los mares del sur parecieron
arder, y el recuerdo imperecedero de La
Leona se transmitiría de boca en boca
con diversos nombres durante
incontables generaciones.»
La corona de las islas preternaturales